Extraños resultados de la democracia con la participación ciudadana

Las sociedades modernas se gobiernan con el sistema o método de la democracia, que significa que es el pueblo-sociedad el que se autogobierna a través de la institución social llamada gobierno. De esta manera, las personas que están al frente de los llamados poderes de gobierno, como son el legislativo y el ejecutivo, llegan a ese puesto a través de la participación de los ciudadanos en las elecciones. El judicial en nuestro país tiene una conformación distinta, ya que en otros los jueces son también elegidos por la sociedad, así como los fiscales-procuradores de justicia.

Consecuentemente, las instituciones políticas de gobierno tienen ‘poder’ para ejercer la autoridad en la sociedad, y con ello llevar a cabo las actividades de programas que ponen en práctica la función de gobernar la sociedad.

Es necesario señalar que el alcance de la práctica de la democracia no se reduce al momento de la elección de los gobernantes, ya que su función se completa cuando la participación ciudadana se da también durante el ejercicio cotidiano del gobierno. Para ello, el gobernante debe abrir espacios y establecer mecanismos para que la sociedad opine acerca de qué acciones deben llevar a cabo los diversos programas de gobierno.

Es evidente que, con frecuencia, algunos gobernantes prefieren y les es más cómodo gobernar sin la sociedad que con ella, porque, en un momento dado, ésta estorba la consecución de sus particulares objetivos, al no ser los objetivos que demanda la sociedad.

Aquí encontramos, entonces, una diferencia entre la práctica simulada de la democracia, y la práctica efectiva. En la práctica simulada no se generan los extraños resultados de la democracia, mientras que en la práctica efectiva sí. La diferencia entre una y otra consiste en que la primera lleva a las imposiciones autoritarias ‘vestidas de democracia’, y en la segunda, el ciudadano cuenta con los espacios y mecanismos para participar, y cuenta también con la libertad para expresar lo que decide sin que el gobernante se lo rechace o lo deseche. Esta es una circunstancia propiciada con toda consciencia por el mismo gobernante, que sabe que en ocasiones la sociedad estará de acuerdo con él, y en otras no le aprobará su propuesta, y siempre estará dispuesto a trabajar conjuntamente con la sociedad.

¿Por qué hablar de extraños resultados de la democracia? La respuesta explica otra circunstancia que se llega a dar en los gobernantes, cuando éstos ‘creen’ que la sociedad está entendiendo y aceptando lo que ellos están proponiendo y haciendo. En el gobernante se configura la idea de que la sociedad le dará una respuesta favorable, y sucede que en ocasiones la idea del gobernante es diferente a lo que la sociedad, como conjunto, piensa y considera. En esta circunstancia, el gobernante no va solo, sino que va acompañado por los medios de comunicación que le son afines; éstos difunden la misma opinión del gobernante con el objetivo de introducirla en la mente de los ciudadanos, y generar en la sociedad una respuesta que otorgue la aprobación al gobernante -siendo lo esperado-, lo que, al final, no sucede.

En este contexto de participación ciudadana y los extraños resultados, encontramos tres casos recientes que han sido significativos: el primero fue la salida de Inglaterra de la Unión Europea, el segundo la no aprobación de los colombianos al pacto de pacificación del gobierno con las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y, el tercero, el triunfo del candidato republicano, Donald Trump en la elección presidencial. Son tres casos en que el resultado esperado de parte de la sociedad, fue distinto y extraño. Fueron casos en que la dinámica ‘establecida’ apuntaba a que la sociedad estaría en la misma línea de respuesta, lo que no sucedió.

La respuesta ‘lógica’ de la participación ciudadana era que, en un mundo cada vez más globalizado, los ingleses votarían por la permanencia en la Unión Europea; los colombianos, después de 50 años de guerra interna y de muertes y secuestros, estarían de acuerdo con el pacto por la paz; y, los estadunidenses, ante un candidato republicano con las características conocidas ampliamente de Trump, elegirían a la candidata demócrata, Hillary Clinton.

En los tres casos, los ciudadanos tuvieron y usaron la libertad para expresar su opinión y decisión; los gobiernos respetaron y aceptaron, sin descomponerse, la decisión ciudadana. La vida sigue adelante, sin que alguno de los gobernantes haya reaccionado entorpeciendo o descalificando esos resultados democráticos.

¿Qué sentido tienen la democracia y sus extraños resultados? Es necesario hacer conciencia en la sociedad, del efecto positivo que tiene la libertad y participación en nuestra práctica democrática.

Vivimos una larga época de simulación en la democracia del país, que se arraigó profundamente; ahora que como sociedad mexicana queremos dejarla atrás, nos está costando mucho trabajo.

Sigue siendo frecuente que ante los problemas que vive el país, los gobernantes recurran todavía a la simulación. Si queremos, por ejemplo, combatir la corrupción, en el discurso político nos dicen que nunca más se verá la corrupción, y resulta que estamos comprobando la reproducción de casos de gobernantes acusados de corrupción; si queremos combatir la pobreza y la miseria, en el discurso político la remediamos sobradamente, y luego las cifras nos contradicen; si requerimos de transparencia y rendición de cuentas, el gobernante dice que es el más transparente y rendidor de cuentas, y la realidad lo contradice; si demandamos la eficiencia y la efectividad de la administración pública, nos responden que ya las tienen, etcétera.

En México requerimos generar esos extraños resultados de la democracia, en los que la participación ciudadana pueda emitir sus propias opiniones, aunque sean distintas a lo que el gobernante espera. Estamos ya en nuevas circunstancias de práctica democrática, en que los gobiernos deben crear y establecer los mecanismos efectivos de participación ciudadana, para que, sin simulación, los acuerdos se construyan para beneficio de la sociedad, para que el gobernante no vaya solo y por su lado.